lunes, 30 de abril de 2012

Raíles / III.

Estaba de pie en un pasillo vacío del tren, un pequeño y estrecho espacio que comunicaba dos de los vagones principales. Sus ojos recorrían rápidos el paisaje, revoloteando por todos los rincones que se extendían más allá de las ventanas. De repente, una colina cortada apareció, ocultándole la vista. Ella atravesó sus arcillosas entrañas con una mirada de reproche. Por fin, el paisaje renació: largos prados de color ocre y esmeralda, algunos de los cuales tenían la suerte de crecer salvajes y con hermoso desorden; y, en la lejanía, la silueta de una cordillera de montañas contrastaba con la plata del cielo propia de esas horas en las que el Sol ya se había ocultado pero su luz aún pertenece. Unas espesas nubes se suspendían sobre la silueta azulada de las montañas en el contraluz de aquella bella imagen que ella deseó inmortalizar.

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