domingo, 19 de febrero de 2012

Metamorfosis

Encima de una colina hay una casa sin tejado. Sólo cuatro paredes y un molino de agua en una de ellas. Una mujer se levanta del sofá rojo. Tiene el pelo oscuro recogido en un moño y el flequillo le cubre la frente. Sus perfilados ojos examinan el lugar. Avanza, coge la regadera y moja el suelo, donde crece la hierba. Las enredaderas comienzan a crecen por las paredes hasta que llegan a donde debería estar el techo y se pierden por el otro lado. En cuanto el agua las toca, las flores nacen y se abren y los tallos bailan.
El pájaro amarillo aguarda en su media jaula. El viento sopla y eleva una de las gotas de agua hasta él. El pequeño pájaro abre los ojos con sorpresa y empieza a crecer, estirando las alas mientras se hacen grandes. Las plumas se cambian de color y se vuelven marrones. Llenando sus pulmones con energía, aletea y sale de la media jaula. Da una última vuelta a la habitación hasta escapar por encima de las paredes de verdes enredaderas.
La mujer deja de regar. Mira hacia el cielo viendo al águila salir de la habitación. Se acerca a la ventana de sucios cristales para observar cómo el animal vuela hacia las montañas.
A lo lejos, por el camino de tierra, un caballo tira de un carro vacío.

lunes, 6 de febrero de 2012

Consumida

Se levantaba sin energías. El despertador insistía, ¿pero acaso había dormido? La ducha no la sentía, el café no la sacudía.
Con las ojeras derretidas, sus pómulos hundidos y la piel abatida, sus ojos apagados miraban la concurrida autopista. De madrugada en la carretera, soñaba con volar lejos y dejar atrás los coches y las vidas con las que se cruzaba en aquella atascada rutina.

Se enredaba ahora con las palabras 
tal y como ocurría en los cuentos que de pequeña leía.

jueves, 2 de febrero de 2012

Espejo

Encerrada en las noches, llevo días buscándome desde que me golpeé con tu reflejo. Ahora, estatua de cristal, revelo sólo lo mismo que veo ante mis ojos vidriosos.

¿Me quieres? Te quiero.
¿Me olvidas? Te olvido (y me rompo)


Desvelo

La noche gruñía con voz de aire de tormenta y crujidos de árboles. Las afiladas hojas de los pinos golpeaban furiosas la ventana, envidiosas de hallarme resguardada. Pero allí, con el café ya frío entre las manos, la única luz que alcanzaba a ver era la fugaz y naciente luna entre nubes que la atravesaban a toda velocidad y, a lo lejos, brillantes farolas que parpadeaban amenazando con apagarse.
Despertando del letargo de mi hipnótico miedo, me bebí de un trago aquel líquido frío y volví la mirada a las hojas que mis manos manchadas de tinta aplanaban antes de continuar escribiendo. Y así, la inquietante noche que me envolvía se transformó en una pesadilla para mis personajes de ficción, y no pude evitar preguntarme si mi historia también estaría siendo escrita en ese momento y qué dirían para justificar mi desvelo.