Caminaba
por la calle atravesando la noche y a las personas, como un ánima. Nada le
llamaba la atención a su alrededor, ya no. Caminaba mirando al suelo gris.
De
repente se detuvo, el camino se había acabado. Miró por primera vez para saber
dónde estaba. Estaba en la cima de una pequeña colina. Frente a ella se extendía
ante su mirada una inmensa llanura llena de cosas: las casas donde había vivido
y la casa donde aún vivía; las personas con las que había estado y aquellas a
las que todavía veía; los lugares donde había estudiado y donde aún estudiaba;
también estaban los caminos que había recorrido, pero no conseguía ver el que
tenía que recorrer, o no quería verlo.
Volvió
sobre sus pasos y deshizo el camino caminado. La gente la miraba y ella les
devolvía una mirada cargada –cargada de cansancio y apatía- con aquellos ojos
que antes eran marrones y ahora eran verdes oscuros, como podridos, como una
planta a quien alguien ha regado demasiado con lágrimas.