domingo, 18 de noviembre de 2012

Al cerrar los ojos

A veces lo necesito, lo busco. Me alejo de las personas y me aíslo en un rincón silencioso, sin voces y sin huellas. Y al cerrar los ojos me encuentro en la cima de un faro de grande cristalera, blanco, y con un tejado morado como cielo de un día que muere sobre el océano.
Y allí me encuentro, completamente sola, inspirando con lentitud el olor a sal. Escuchando el arrullo del agua que me canta y contemplando la trayectoria del sol y de las estrellas.
Pero cada vez que voy a ese faro la luz está apagada. Es lo que más agradezco de aquel lugar. Es el faro apagado, la apagada necesidad. 
Es la tranquila soledad.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Dientes y garras

Tumbado en la cama con las manos bajo la cabeza la miré. Tenía el cuerpo oculto entre las sábanas y el pelo revuelto. Me miraba con aquellos ojos salvajes, con aquella mirada de loba que acecha. Aquellos ojos que brillaban de hambre y de pena. Aquella mirada que estremece y que provocó que saltara la trinchera y acabara con la distancia que nos separaba.
Pronto las sábanas caían al suelo y nosotros volvíamos a comenzar nuestra lucha encarnizada.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Invierno

Ayer me acosté con miedo y ese miedo sigue hoy comiéndome las entrañas. Es un miedo frío y lento, como una voz pastosa que intenta gritar sin poder emitir sonido.
Temo que la emoción no brille ya en tus ojos y me aterra la idea de que yo me haya convertido en una pequeña parte de tu rutina. Y aunque llegar a ser tu rutina sigue siendo uno de los deseos que más imploro me aterra no destacar en ella. Me aterra que tus ojos tan solo se fijen en mi unos segundos antes de volver a desviar tu atención, pero sobre todo me entristece pensar que pueda no llenarte de luz tu vida como lo hice en un principio.

Me entristece pensar que ese día llegará,
pero me mata creer que ya haya llegado.