Y allí me encuentro, completamente sola, inspirando con lentitud el olor a sal. Escuchando el arrullo del agua que me canta y contemplando la trayectoria del sol y de las estrellas.
Pero cada vez que voy a ese faro la luz está apagada. Es lo que más agradezco de aquel lugar. Es el faro apagado, la apagada necesidad.
Es la tranquila soledad.