sábado, 31 de diciembre de 2011

Pesadilla

Como en una de esas pesadillas en las que no puedes escapar de tu perseguidor, en esta Ella corría pero no podía alcanzarte.
Y, de repente, con un terrible estruendo, unas lanzas de hielo cayeron desde arriba hasta clavarse en el suelo, cortándole el paso. Cuando se recuperó del sobresalto, Ella intentó encontrar la forma de atravesarlas, pero las agujas de hielo crecieron, fundiéndose entre ellas y formaron una gruesa pared sin grietas que ascendía hasta aislarla. 
Ella gritó, las golpeó, pero la imperecedera pared de hielo ni siquiera llegó a tambalearse. Abatida, colocó las manos contra el frío muro e intentó ver a través de él. Y allí estabas tú. Habías detenido tu huida y mirabas hacia atrás sin compasión alguna. Ella te gritó, te llamó, te suplicó, pero tú tan solo te diste la vuelta y seguiste corriendo, alejándote de Ella.


martes, 27 de diciembre de 2011

Luciérnagas en el jardín

La noche volvía a caer. Una noche fresca de verano, sin nubes cubriendo el cielo. Salió por la puerta trasera de la casa y bajó las escaleras que descendían al jardín. Sus pies descalzos pisaron la hierba y pudo sentir cómo los insectos revoloteaban a su alrededor. Sobre él, las estrellas brillaban, como hermosas bombillas parpadeantes que trataban de encender la noche. Caminó muy lentamente, sintiendo la tierra húmeda bajo sus dedos.
Las luciérnagas volaban en círculos, como si trataran de hacerse ver a lo lejos. Quizás querían imitar a las estrellas, quizás pretendían ser estrellas. Quizás tan solo pretendían que les hicieran un hueco para ellas, o quizás anhelaban ser vistas desde los cielos, al igual que ellas, cada noche, observaban las estrellas desde el suelo.
Las estrellas de verdad llenan los cielos
Y las luciérnagas las imitan en su vuelo
Y aunque no igualen a las estrellas en tamaño
Y estrellas no sean, a pesar del engaño
Recuerdan a veces su luz y su hermosura
Aunque jamás podrán alcanzar su altura
(Fireflies in the Garden)

La noche volvía a caer. Otra noche fresca de verano, sin nubes cubriendo el cielo. Él volvió a salir por la puerta trasera de la casa y bajó de nuevo las escaleras que descendían al jardín. Sus pies descalzos sintieron la hierba y pisaron los insectos que no pudieron echar a revolotear a su alrededor. Sobre él, las estrellas volvían a brillar, como hermosas bombillas parpadeantes que fracasaban en encender la noche. Caminó muy lentamente, sintiendo la tierra húmeda mojando sus dedos.
Las luciérnagas volaron en círculos, intentando de nuevo de hacerse ver desde el suelo.

Se sentó el último escalón y se quedó mirando el vuelo de aquellos insectos. La noche anterior las había golpeado, lleno de rabia. La anterior las había admirado. Aquella noche sentía lástima por ellas, aquella noche se veía reflejado en ellas.
Observaba su brillo y su débil baile que dejaría de ser visto en cuanto volviera a entrar en la casa. Él era el único espectador de aquel sueño, de aquella lucha por sus sueños.
Como ellas, había intentado alcanzar sus sueños, pero en aquel momento le parecía que nunca conseguiría lograrlos, al igual que las luciérnagas nunca llegarían al cielo. Y cuando, desesperanzado, iba a levantarse y marcharse, volvió la vista a los insectos y comprendió el esfuerzo que estaban haciendo. Esa noche volvió a admirarlas y se prometió a sí mismo que cada noche, que cada día, en cada segundo, lucharía por sus sueños. Y aunque no alcanzase las estrellas, haría brillar su propio camino tal y como las luciérnagas.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Nudos

Sus cabellos le buscaban, desafiando al viento, meciéndose en su contra. Y allí, a su lado, ondulaban y se peleaban para estar más cerca de Él.
Sus dedos danzaban por su cuerpo para encontrar el lugar donde aferrarse y no volver a soltarse. 

Ella sólo quería dejar atrás los gritos y la penumbra para llegar a sus brazos, y enredarse con Él hasta no saber dónde acababa uno y donde empezaba el otro.


Se maldecía por no haber escuchado al marinero 
que de pequeña le enseñaba a hacer nudos.
Y ahora se preguntaba cuál de ellos podría atarla 
para permanecer a ti siempre anclada.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Marea

Camina sin prisas por la orilla de la playa desierta, con las botas colgando de sus dedos con un rítmico balanceo. Aun estando en diciembre, prefiere hundir sus pies descalzos en el agua marina.
El suave ir y venir, el arrullo de las olas y el cielo despejado calman la tempestad de su corazón.
Sale del agua y camina para observar historias de amor ajenas dibujadas en la arena de la playa. Se gira para presenciar la lenta caída del sol por el horizonte hasta ser tragado por el mar y, cuando el cielo se torna negro y lo decoran multitud de puntos blancos y parpadeantes, el agua del mar vuelve a alcanzar sus pies fríos, borrando las promesas de amor eterno que se hallaban a su alrededor.