miércoles, 14 de diciembre de 2016

La mujer árbol

La joven encendió el agua caliente hasta que el vapor inundó la habitación. Se tumbó en la bañera, como tantas otras veces había hecho, y dejó su mente volar.

En su viaje la acompañaban unos suaves acordes de guitarra, las palabras de un dulce violín, los secretos de un sereno piano y la voz calmada de un hombre. Dejó que su vista se nublara hasta solo ver el vapor pasar, bailando en formas misteriosas para ella.

Se concentró solo en la música, en la música y en sentir cómo las gotas de agua se condensaban en su pecho y caían con una suave caricia por su costado.

Y allí sonrió. Estaba allí y volvía a estar aquí, en su pequeño santuario. El que hacía años que no pisaba.

Se sintió en su hogar, y su hogar no la extrañaba, pues en el fondo sabía que volvería.

Sonrió al encontrarse con la misma chiquilla de hace años. De hecho, la saludó cordialmente. Se alegraba de reconocerse en la mujer que era ahora.

Sonrió al encontrar a su vieja amiga: esa sensación agradable en la boca al saber que, a pesar de las heridas, nada ni nadie había podido cambiarla. Seguía siendo ella.

Se sintió como un árbol que ya había echado corteza gruesa. Sintió cómo habían crecido las cicatrices que habían dejado en la misma algunas personas, y sonrió al ver que aunque allí estaban las heridas, su cuerpo las había hecho sutas. Los nombres que habían intentado permanecer en la corteza ya no los poseían sus dueños. Eran de ella. Ella era ella. La de siempre.

Y, por última vez, sonrió en su pequeño santuario mientras ponía suavemente una mano en aquella pared de palabras. Le dedicó una cálida despedida, sabiendo que no sería definitiva.

Sabía el camino de vuelta.

So we walked and walked and walked along our way.


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