Las manos del joven sostenían aquella vieja fotografía, y sus ojos, tan distintos de los de aquella mujer, recorrían cada detalle. Había algo, pensaba. Aquella mujer tenía algo que no era capaz de llegar a comprender. Y, aunque se lamentaba con la certeza de que nunca llegaría a averiguarlo, bebía de cada una de las miradas que compartían. Pasaba las horas encerrado en su cuarto sintiendo como anidaban mariposas en su estómago cuando ella le miraba como nunca nadie lo había hecho.
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