domingo, 20 de noviembre de 2011

¿Podían el invierno y la primavera amarse?

Ella: jovial, apasionada, próspera.
Él: frío, firme, impasible.

Ella, con sus largos cabellos despeinados enredándose en sus brazos firmes, se insinuaba, atándolo, intentando derretirlo. Buscaba desconcertarle, buscaba seducirle. Sus raíces de madera y savia serpenteando bajo sus pies, tratando de desequilibrarle, de hacerle despertar.
Él continuaba con los ojos cerrados.
Ella creció para acercarse a la comisura de sus labios, al lóbulo de sus orejas para allí susurrarle. Sus dedos llenos de brotes y hojas acariciando su pálida piel. Ondulante, buscaba transmitirle su calor.
Él abrió los ojos, y Ella se asustó. El helado azul de sus pupilas la golpeó como una gélida tormenta de nieve. Sus hojas temblaron y cayeron. Sus brotes murieron. Todo calor escapó de Ella. Sus ramas se contrajeron y sus raíces se hundieron. Todo eso en el único segundo en el que el invierno la taladró con su mirada. Ella quedó allí, paralizada, con los ojos abiertos en una última muestra de terror y sorpresa.
Él volvió a cerrar los ojos y todo quedó en silencio. La fría figura de hielo abrazada por la vida muerta, antes viva.

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